Llegar a Machu Picchu. Conocer el Valle Sagrado de los Incas y su historia. Viajar como protagonista y no como espectadora. Esas eran las premisas de esta aventura increíble llamada
National Geographic Expeditions (NGE) que me llevó finalmente a cumplir mi sueño de conocer, caminar y respirar la antigua ciudad Inca.
Hoy voy a contarles cómo fue mi experiencia en Machu Picchu, y ojalá que algo de lo que viví los motive a hacer este viaje «obligatorio» una vez en la vida.
Comienza la aventura
Para llegar al mediodía a Lima tuve que salir a las 4 de la mañana al aeropuerto de Ezeiza, con lo cual el vuelo de ida, se imaginarán, me lo pasé durmiendo. En el aeropuerto de Lima
nos esperaron con cartelitos de NatGeo y nos llevaron en una mini-van hasta el
Westin Lima, donde hicimos el check-in, almorzamos liviano y tuvimos un ratito para descansar antes de ir “a comer algo en un prestigioso restaurante”.
El “prestigioso restaurante” terminó siendo
Maido, número 8 en el ranking mundial, donde tuve
la experiencia gastronómica más alucinante de mi vida. No exagero si les digo que nunca, nada de lo que había saboreado antes, se puede comparar con lo que comí en Maido. Les voy a hacer un post aparte porque, si no, voy a ocupar 7 párrafos de esta crónica solo hablando de comida.
Al día siguiente partimos temprano de vuelta al aeropuerto para ya volar a Cusco, desde donde partiríamos en una excursión del día entero hasta llegar al
Valle Sagrado y el hotel
Tambo del Inka.
Con respecto a la altura: no tuve ningún tipo de problema. Me dolió un poco la cabeza, pero no más que si hubiera dormido en una mala posición, o estuviese por tener mi período (cosas que, perdón por la TMI, eran ambas ciertas). El té de coca, al que le tenía idea, resultó ser riquísimo, y los caramelos de coca tampoco estaban mal. Eso, hidratarse mucho, y no hacer fuerza innecesaria son clave para tener una buena experiencia.
Con
vistas panorámicas durante todo el recorrido, nuestra primera parada fue en las
lagunas del Huaypo, al pie de los Andes, para un
picnic gourmet donde además de comer rico presenciamos un lindo
ritual a la Pacha Mama.
Más tarde, en el pueblo de Chinchero, conocimos el
taller de tejedoras de Nilda Callañaupa, una mujer que hace 28 años decidió reunir a otras mujeres para conectarse con el ancestral arte del tejido Inca. Nos hicieron una demostración en vivo de cómo tiñen la lana de las alpacas con materiales naturales y les juro que me quedé maravillada.
Luego, en un confuso episodio, terminé vestida así:
Finalmente, y ya con el sol poniéndose, llegamos al
hotel Tambo del Inka, en el Valle de Urubamba, uno de los más hermosos y lujosos en los que me haya hospedado hasta ahora, y mi hogar por los siguientes dos días.
Hacia Machu Picchu
Lo que más ansiaba en toda esta travesía era
conocer las ruinas de Machu Picchu. Siempre sentí fascinación por las civilizaciones antiguas, y desde la primera vez que vi una foto de esa ciudad de piedras, alta y en medio de las montañas, soñaba con recorrerla.
Como parte del recorrido hasta allí visitamos primero
Ollantaytambo, uno de los últimos pueblos sobrevivientes de la cultura Inca, donde se encuentra el complejo arqueológico de lo que fue un “tambo” o ciudad de descanso y alojamiento para las comitivas reales. Los restos arquitectónicos conservan aún sus murallas y torreones que los protegían de posibles invasiones.
Terminado el recorrido por Ollantaytambo nos subimos al
tren Sacred Valley, de vagones lujosos con ventanas panorámicas, donde nos sirvieron un almuerzo gourmet mientras recorríamos el camino hacia Machu Picchu Pueblo.
Una vez que llegamos a la “base”, nos tomamos un autobús que subiría el resto de la montaña hasta llegar a las puertas del Santuario Histórico.
TIP: si son propensos a marearse, tómense algo de dramamina 30 minutos antes de subirse al bus porque las vueltas que da hasta llegar arriba… ¡mamita! También tomen té de coca o caramelos de coca para la altura si lo sienten necesario.
Y entonces… Machu Picchu. Para entrar al Santuario
es necesario presentar pasaporte. Repito: es necesario llevar el pasaporte. No hay un trámite real de migraciones, por supuesto, pero el control es tan estricto que sin el mismo no te dejan entrar.
Una vez atravesada la entrada, una breve caminata nos lleva al primer mirador, y
la vista es alucinante: la ciudadela en todo su esplendor, reposando sobre la montaña y con el pico del Wayna Picchu tras ella.
El
control de visitantes en Machu Picchu solo permite que una cierta cantidad de personas puedan entrar por la mañana o la tarde. Eso hace que aunque las escaleras, terrazas y pasillos de las ruinas siempre estén concurridos, uno igual pueda tener espacios libres para una foto o simplemente apreciar la belleza arquitectónica, los espectaculares paisajes y la energía que emana el lugar.
Nuestro grupo de NGE fue dividido en dos, y con guías expertos recorrimos
los lugares e hitos principales del Santuario, como:
- El templo del Sol
- El templo del Cóndor
- El Intihuatana (reloj solar)
- La plaza sagrada
- El Palacio real
- El templo de las ventanas
Debemos haber pasado unas tres horas recorriendo Machu Picchu, y a la salida terminé
agotada, feliz, y con este sellito en mi pasaporte:
Volvimos hasta Tambo del Inka nuevamente en el
Sacred Valley, con el mismo lujo y calidad de comida que a la vuelta. Dicen las malas lenguas que alguien puso Luis Miguel a todo volumen y se terminó armando una fiesta de karaoke con trencito de conga incluido en el pasillo. Eso dicen.
Cusco
El último día de la expedición nos llevó de regreso a la
ciudad de Cusco, previo paso por una chichería para aprender cómo se hace la tradicional bebida peruana a base de maíz.
En Cusco pudimos recorrer el centro histórico de la ciudad a pie, pasando por bellos callejones y joyas arquitectónicas como el
templo Qorikancha, la Plaza de Armas y la Catedral.
Almorzamos una tradicional pachamanca, y por la noche tuvimos la cena de despedida en el
Museo de Arte Pre-Colombino, que recorrimos rápidamente pero les recomiendo mucho.
La experiencia National Geographic
La
atención al detalle dentro de
las expediciones me voló la cabeza. Desde que llegué hasta que volví no tuve que preocuparme por nada que no sea disfrutar la experiencia y generar material para compartir con ustedes. En muchos casos hasta de retirar nuestras maletas y hacer el check-in por nosotros se ocuparon. ¡Hasta perdí la tapa del lente de mi cámara en el pic-nic, y me la recuperaron al día siguiente!
El itinerario que hice yo fue una
versión “comprimida” en 4 días de lo que los viajeros pueden hacer con las NGE en la expedición de 8 días, así que tengan en cuenta que hay mucho más por hacer y disfrutar de lo que les conté yo, pero el nivel de trato, calidad y atención es el mismo.
El gran diferencial, además, es el
poder viajar con expertos de NatGeo (en nuestro caso, el fotógrafo
Rikky Azarcoya y la arqueóloga
Denisse Pozzi), tener guías dedicados, y poder acceder a lugares y en horarios exclusivos.
Las NatGeo Expeditions son una división de National Geographic que invita a explorar el planeta desde distintas historias y geografías, para salir transformados de esa experiencia.
NGE cuenta con más de 250 destinos en más de 80 países, siendo la Península de Yucatán y la Tierra Sagrada de los Incas las primeras en América Latina.
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