Tengo algo que confesarles: hacía 5 años (¡cinco!) que no iba a la playa, desde mi última vez en Isla Margarita allá por 2011. Así que cuando me enteré que me iba a Maceió junto a Intriper no me avergüenza decirles que, además de pellizcarme para ver si no estaba soñando, di un grito de alegría. O dos. O diez.
Es que cortar mi mes de noviembre por la mitad para irme al noreste brasileño y explorar durante una semana todo lo que Maceió y el estado de Alagoas tienen para ofrecer no parecía menos que una fantasía de la que tenía miedo de despertar en cualquier momento. Pero no: el viaje sucedió y fue una de las mejores experiencias viajeras de mi vida, que me encantó compartir junto a Kevsho, Milton, Santiago y Agustín.
Tuvimos un viaje largo de ida, por los horarios de los vuelos, pero la aerolínea fue LATAM, que es mi favorita, así que sabía que íbamos a estar bien. Llegamos casi a las 3am, y Ricardo de Luck Receptivos nos estaba esperando en el aeropuerto.
Nos llevaron al Hotel Ritz Lagoa da Anta, que aunque no pudimos recorrer demasiado me pareció súper cómodo, y allí pasamos la primera noche. Me desperté sin dificultades por la mañana, emocionada (¡obvio!) y con muchas ganas de empezar a recorrer Maceió.
El clima esa primera mañana no nos acompañó: llovía y teníamos por delante un paseo en catamarán con servicio de bar de Lopana a bordo. Para subir al catamarán teníamos que caminar varios metros adentro del mar, y allí llegó mi primera sorpresa. ¡El agua era cálida!
Sí señores. Agua de mar cálida. Un lujo al que los argentinos, con nuestro Océano Atlántico frío, no estamos acostumbrados.
El catamarán nos llevó hasta los arrecifes a unos 2km de la costa, y después de nadar un rato en un mar que parecía una piscina natural –y después de lluvias intermitentes– finalmente salió el sol. Y se quedó con nosotros prácticamente el resto del viaje.
Almorzamos luego en el bar de Lopana en la playa, en lo que fue el inicio de una de las mejores semanas gastronómicas de mi vida. Nunca comí tanto pez y fruto de mar como en Maceió, ¡qué delicia!
Por la tarde hicimos un paseo breve por el Instituto de Bordado do filé, donde artesanas dan vida a vestidos, manteles, accesorios y muchas otras cosas con técnicas nativas de la zona.
Así como el sol sal muy temprano (a eso de las 5:30am), también cae muy temprano en esta época del año. Y como a las 5:30pm ya iba a oscurecer, fuimos a pasar el resto de la tarde a Croa Bar, un bar a orillas del Río San Francisco donde –adivinen– ¡comimos más comida de mar! Los chicos hicieron stand-up paddle mientras yo me relajaba muy tranquila en una hamaca paraguaya. Definitivamente la vida que nos merecemos.
Volvimos al hotel para buscar nuestras cosas, y antes de ir al Best Western Premiere Maceió (hotel que recomiendo muchísimo para quienes vayan a visitar la ciudad), cenamos en Bodega do Sertao, lugar que tiene la tetera más grande del mundo. Sí. La tetera más grande del mundo.
Amanecimos el segundo día en el Best Western Premiere, y tempranísimo nos fuimos a un viaje de dos horas en la combi hasta llegar a Piaçabuçu, al sur de Maceió, y la posada Chez Julie, donde nos relajamos un poco, grabamos algunos videos, y… ¡comimos! Todavía sigo sin entender cómo me seguía entrando la bikini para el final del viaje.
Por la tarde nos esperaba algo de turismo aventura de la mano de Farol da Foz en lo que se conoce como la ruta dorada. Bajamos en bote por el Río San Francisco en un paseo maravilloso: agua tranquila, palmeras y vida natural a nuestro alrededor, y yo con la sensación de que no podía tener tanta suerte.
Cuando el río se junta con el mar nos bajamos del bote a la playa para hacer el camino de vuelta en un buggy por los médanos. Desafortunadamente había muchísimo viento y no lo pude disfrutar demasiado, sin contar que al hacer «culipatín» para bajar por unos médanos me pegué uno de los golpes de mi vida, y aunque fue sinceramente muy gracioso, se me metió arena en el ojo izquierdo y me estuvo molestando hasta la última noche.
Así y todo no hay mal que una caipirinha no pueda curar, y eso es lo que sucedió en Bodega do Mar, como pueden ver en nuestro mannequin challenge.
El tercer día nos alejó de las aventuras y nos llevó a la tranquilidad de Carro Quebrado, una playa virgen a la que solo se puede llegar en lancha, y por la tarde al club de playa Hibiscus, donde nos recibieron con champagne, disfrutamos de más comida de mar (¿les conté que comimos muy bien?), caminamos por la playa y hasta nos tomamos un rato para jugar con los niños que había en la piscina.
Después de una siesta rápida en nuestro nuevo hotel, el all-inclusive Pratagy Beach Resort, fuimos a cenar a María Antonieta, el restaurante número 1 de Maceió según Trip Advisor, donde nos deleitaron con un menú degustación de entradas, pastas, ensaladas y postres. Y si la comida de mar venía siendo exquisita, les cuento que este restó italiano no tiene nada que envidiarle.
Todavía nos quedaban tres días completos de aventuras por delante, y ya sentíamos que hacía semanas que estábamos en Maceió.
Y aunque hayamos estado moviéndonos de un lado hacia el otro, me empezaba a pasar lo que más me cuesta que me pase: mi mente se desconectaba, se empezaba a relajar. Estaba entrando en modo vacaciones.